De por sí estamos rodeados de miles de millones de personas, que para reducir su tamaño, se agruparían por culturas, regiones y continentes.
Pero aun así, seguimos siendo diferentes el uno del otro. Cada persona es un universo.
Porque si nos ponemos a analizarlas físicamente, nuestra anatomía es similar pero nunca igual.
Lo mismo pasa con la parte espiritual y la parte mental. Somos muy diferentes y vamos cambiando de acuerdo a nuestras circunstancias que vivimos a diario.
De ahí viene la importancia de conocernos individualmente a nosotros mismos.
Porque si no lo hacemos, empezaremos a reflejarnos en la personalidad de otros.
Lo cual es muy fácil, decir que nos parecemos a otros y actuamos como ellos.
Cada uno de nosotros tiene algo muy distinto que aportar al mundo. Porque si ser iguales hubiese sido el objetivo, sólo habría existido un molde para nuestra creación.
Un molde en donde la originalidad y espontaneidad no hubieran sido permitidos.
Por ello es mejor celebrar esta individualidad que cada uno de nosotros poseemos, siendo siempre nosotros mismos.
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